Nuestra sociedad, tan dada al bienestar y el sentimentalismo, ha reducido el amor a mero sentimiento y ha aplicado esta idea al matrimonio: en la medida que siento amo. Parecíera que la «prueba del algodón» del amor matrimonial fuera estar continuamente sintiendo cosquillas en el estomago u oyendo campanillas.
Resulta curioso que este sentimiento que parece imprescindible para el amor matrimonial, no lo sea para el amor a los hijos. Cualquier padre o madre afirmaría que quiere a sus hijos a pesar de los problemas que les puedan plantear.
De la conjunción de ambos amores, el matrimonial y el paternal, podemos derivar que el amor se compone de sentimientos y de voluntad. Considero que para que el amor matrimonial sea exitoso es necesario reforzar su dimensión volitiva, se hace imprescindible «querer querer» y desde el principio. No se puede esperar a que el sentimiento oscile o decaiga, que decaerá, para poner voluntad ya que seguramente se llegará tarde.
Se hace necesario enseñar a las personas que se casan que además de sentir cosquillas en el estomago, algo que no depende de ellos, deben fomentar los deseos de querer al otro y acompañarlo con los detalles y el cuidado de la relación cada día .
Darse al otro, pufff. Somos dados a no ser objetivos a la hora de reconocer los propios errores. Aceptarse y soportarse mutuamente en el matrimonio, pufff … Luego viene el «se nos fue el amor», «fue casarse y cómo cambio» y qué poco queremos ver cuál fue el comienzo de esa causa, porque para todo hay una primera vez.